Cada año, los gobiernos y organismos multilaterales destinan billones de dólares para financiar la acción climática global. Sin embargo, detrás de los compromisos, las cifras revelan una paradoja: menos del 3% de esos fondos se destinan al agua y al saneamiento, según WaterAid (2020).
Una omisión crítica, considerando que el acceso al agua segura y el saneamiento adecuado es el primer eslabón de la resiliencia climática y la estabilidad económica.

En 2025, cuando las empresas y los gobiernos buscan estrategias tangibles para enfrentar los efectos del cambio climático, el agua debería ocupar el mismo nivel de prioridad que la energía o la movilidad. Sin ella, no hay agricultura sostenible, ni manufactura limpia, ni desarrollo urbano viable.


El costo de ignorar el agua: más que un problema ambiental

Los datos del Banco Mundial estiman un déficit anual de entre 131 y 140 mil millones de dólares para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible relacionados con el agua y el saneamiento.
Aunque la cifra parece descomunal, equivale a menos de lo que el mundo gasta cada año en agua embotellada. El verdadero costo —subraya Muñoz— está en la inacción: enfermedades prevenibles, deterioro de infraestructuras, pérdidas económicas y desigualdad social.

“Ignorar el agua y el saneamiento en la agenda climática no es un error administrativo, es una decisión que pone vidas en riesgo”, advierte.

La falta de inversión no solo expone a comunidades vulnerables, sino que también amenaza la continuidad operativa de industrias críticas. Sequías, tormentas o contaminación de fuentes hídricas impactan directamente la producción, los costos logísticos y la estabilidad de las cadenas de suministro. En este contexto, el agua se convierte en un riesgo financiero que debe gestionarse con el mismo rigor que la energía o la ciberseguridad.


Agua, resiliencia y transición energética: el vínculo oculto

El agua no solo es una víctima del cambio climático, sino también una pieza clave en su solución.
Los sistemas hídricos resilientes reducen los efectos de las sequías y las olas de calor; un saneamiento eficiente disminuye las emisiones de gases de efecto invernadero provenientes de residuos sin tratar, y la reutilización de biogás proveniente de plantas de tratamiento ofrece una fuente adicional de energía renovable.

La interdependencia entre agua y energía será determinante para alcanzar los compromisos climáticos de 2030. Los expertos señalan que las ciudades que no modernicen su infraestructura hídrica enfrentarán pérdidas crecientes en productividad y calidad de vida, además de un impacto directo en el bienestar social y la confianza ciudadana.


Brecha estructural: dinero hay, lo que falta es gestión

Más del 90% del financiamiento global para agua y saneamiento proviene del sector público. Pero los informes del International Budget Partnership muestran un patrón recurrente: subejecución presupuestaria, descoordinación institucional y falta de transparencia en el uso de los fondos.

“El problema no es cuánto dinero se moviliza, sino cómo se gestiona”, destaca Muñoz.

Para transformar los compromisos en resultados, se necesitan presupuestos transparentes, datos abiertos y participación activa de la sociedad civil. En países como Senegal, Indonesia o Sudáfrica, las comunidades locales están generando sus propios datos sobre necesidades hídricas, infraestructura y riesgo de inundaciones, que hoy sirven de base para la planificación gubernamental.
Este modelo de gobernanza colaborativa —basado en evidencia y participación ciudadana— es una lección que tanto gobiernos como empresas pueden adoptar para fortalecer la rendición de cuentas en sus propias estrategias ESG.


Inversión sostenible: eficiencia, trazabilidad y tecnología

Invertir en agua y saneamiento no es filantropía: es una estrategia de mitigación de riesgos y creación de valor. Las empresas que adoptan modelos circulares —reutilización de agua, tratamiento de residuos o generación de biogás— reportan reducciones de hasta 40% en sus costos operativos, según la OCDE (2024).

A esto se suma la oportunidad tecnológica. La digitalización del ciclo hídrico, a través de sensores IoT, plataformas de trazabilidad o gemelos digitales, permite monitorear fugas, anticipar desabasto y optimizar el uso energético de las plantas de tratamiento.
En el contexto de ESG, el agua se convierte en una métrica de impacto tangible para inversionistas institucionales y corporaciones comprometidas con la sostenibilidad.


Gobernanza, datos y financiamiento inteligente

Acceder al financiamiento climático requiere más que buenas intenciones. Los proyectos deben demostrar un vínculo directo con la resiliencia y la reducción de emisiones. Es decir, deben medir cómo las inversiones en infraestructura hídrica fortalecen la adaptación ante sequías, inundaciones o crisis sanitarias.

Pero incluso los fondos bien diseñados pueden fracasar sin trazabilidad digital. La transparencia presupuestaria, los tableros de control y la verificación ciudadana son herramientas esenciales para garantizar que los recursos lleguen a quienes más los necesitan y no se diluyan en burocracia.

En este punto, la colaboración público-privada cobra un papel central: los gobiernos deben crear marcos regulatorios claros y las empresas deben comprometerse con una cadena de valor responsable, trazable y resiliente.


2025: el año para transformar compromisos en acción

Con la Reunión de Ministros del Sector en Madrid y la COP30 en Brasil, 2025 será un punto de inflexión para el financiamiento climático.
El reto no es solo captar más recursos, sino redefinir la manera en que se invierten y se evalúan los resultados.

Los gobiernos deberán incluir el agua y el saneamiento en sus presupuestos nacionales, vincularlos con los objetivos de resiliencia climática y permitir que la ciudadanía —y el sector privado— tengan voz en su ejecución.

“Las inversiones en agua y saneamiento no son un gasto, son una apuesta por la estabilidad climática, económica y social del futuro”, concluye Muñoz.


Conclusión

El agua, invisible por décadas en las agendas de inversión, emerge hoy como el verdadero indicador de sostenibilidad y gobernanza.
No hay transición energética, transformación digital ni desarrollo social sin sistemas hídricos eficientes y transparentes.
Poner el agua en el centro de la conversación no es un tema ambiental: es una decisión estratégica de supervivencia empresarial y civilizatoria.

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