La transición energética ya no es un concepto a futuro: es el presente. Las energías renovables, en particular la solar fotovoltaica, han experimentado un crecimiento sin precedentes en la última década. Sin embargo, este auge trae consigo un reto estructural: ¿cómo aseguramos que la red eléctrica pueda integrar este volumen de energía intermitente sin comprometer la estabilidad del sistema?
El debate no es renovables vs. convencionales, sino cómo articular un modelo que aproveche lo mejor de cada tecnología para garantizar seguridad, resiliencia y sostenibilidad a largo plazo.
El panorama global: crecimiento acelerado de la fotovoltaica
De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía (IEA), en 2023 la energía solar superó por primera vez la generación eléctrica de gas natural en varios países de Europa. Se estima que, para 2030, la capacidad fotovoltaica instalada a nivel mundial se duplicará, llegando a más de 4 TW de potencia instalada.
En América Latina, México ocupa un papel estratégico: cuenta con uno de los niveles de irradiación más altos del planeta, lo que lo convierte en un mercado atractivo para proyectos solares a gran escala. Sin embargo, la infraestructura de transmisión y los mecanismos de planeación aún deben evolucionar para aprovechar este potencial sin generar cuellos de botella.
La necesidad de gestionabilidad: el talón de Aquiles de las renovables
El gran desafío de las energías renovables es su intermitencia. La generación fotovoltaica y eólica dependen de factores climáticos, lo que produce picos de producción que no siempre coinciden con los picos de demanda.
Para evitar apagones, pérdidas de energía o saturación de la red, se requiere contar con fuentes gestionables, capaces de entrar en operación de forma rápida y flexible. Aquí es donde la generación convencional —gas natural, ciclos combinados, hidroeléctricas— mantiene un papel protagónico.
Un sistema equilibrado no significa frenar el desarrollo de las renovables, sino diseñar una matriz energética que integre backups confiables, que puedan operar en los momentos en que el sol no brilla o el viento no sopla.
Almacenamiento: la pieza que faltaba
El almacenamiento energético es quizás el elemento más transformador de la transición. Las baterías de gran escala (utility scale) y otras tecnologías como el hidrógeno verde permitirán desacoplar generación y consumo, almacenando energía renovable en horas de alta producción y liberándola cuando el sistema lo requiera.
El reto está en la economía de escala: aunque los costos de baterías han caído más de 80% en la última década, su despliegue masivo aún requiere incentivos regulatorios, marcos tarifarios claros y financiamiento competitivo.
Sostenibilidad más allá de lo ambiental
Hablar de sostenibilidad no es únicamente hablar de reducción de emisiones. Es pensar en un sistema que sea fiable, accesible y financieramente viable. La planificación a largo plazo debe considerar:
- Inversión en infraestructura de transmisión y distribución, evitando que los proyectos renovables queden “conectados en el papel” pero no puedan despachar energía.
- Marcos regulatorios estables y predecibles que den confianza a inversionistas y desarrolladores.
- Educación y talento para formar ingenieros, técnicos y operadores capacitados en tecnologías híbridas y digitales.
Convivencia de tecnologías: un sistema híbrido como meta
La narrativa de sustituir completamente lo convencional por renovable puede ser políticamente atractiva, pero técnicamente riesgosa. Lo que se requiere es una integración inteligente, en la que las renovables tomen el liderazgo en la descarbonización, pero acompañadas de generación firme, almacenamiento y digitalización de la red (smart grids).
Países como España, Australia y Chile ya trabajan en modelos híbridos que combinan energía solar, eólica, baterías y plantas de respaldo, demostrando que es posible lograr sistemas más flexibles, resilientes y sostenibles.
Conclusiones para líderes y tomadores de decisión
- El equilibrio es la clave: no se trata de elegir entre renovables o convencionales, sino de diseñar una matriz robusta que maximice eficiencia y seguridad.
- El almacenamiento será el gran habilitador de la nueva etapa de la transición energética.
- La planeación estratégica es urgente: la velocidad de instalación de renovables debe ir acompañada de inversión en redes y capacidad de respaldo.
- El talento humano será determinante: necesitamos ingenieros, técnicos y operadores que comprendan la operación de sistemas híbridos.
La transición energética no es una carrera de velocidad, sino una de resistencia. Los líderes del sector tienen hoy la oportunidad de construir un sistema eléctrico que no solo sea verde, sino también confiable y preparado para el crecimiento de la economía en los próximos 30 años.
El futuro energético de México y de América Latina depende de nuestra capacidad de encontrar este equilibrio.
– Agradecimiento especial a IMEnergy por la información brindada para este articulo.
